Eneagrama y Símbolo
Fig.44 del libro "Fragmentos...." de Ouspensky |
Para empezar siquiera a hablar del eneagrama, a aproximarnos discursivamente a esta simbología, tan profunda, tan geométrica, tan simétrica como antisimétrica, tan matemática, tan enigmática, tan misteriosa, tan llena de poder, tan llena de verdad, completa en si misma, tan absoluta como relativa, tan estática como dinámica, tan hipnótica, tan estable como huidiza, como vemos tan reticente a categorizaciones y etiquetas que la fijen a unas definiciones, a unas determinaciones. Y a su vez, requiere nuestro esfuerzo para hallar las palabras adecuadas, las mejores expresiones verbales que podamos encontrar para expresar su valor, su esencia, su potencia. Tenemos necesariamente que empezar a sondear la dimensión simbólica de la vida, aprender a leer los signos, las señales, los actos. Se hace relevante empezar a tratar de entender como es el lenguaje simbólico, como es su trasmisión, como es su recepción, como es la comunicación a través de símbolos, y cual es la carga informativa (información) que llevan. Así podemos pensar al símbolo como un nexo (una relación) entre dos partes, lo manifestado y lo no manifiesto.
La palabra símbolo plantea problemas, ya que se presta a falsas interpretaciones. Por su naturaleza, se trata de un «valor» rico en interpretaciones cuyo verdadero sentido puede incluso tener características opuestas. Convencionalmente o por asociación de ideas, el símbolo evoca un concepto abstracto, una condición, una situación, una realidad de carácter general, a menudo relacionada con lo sagrado. La palabra griega sumbolon nos remite al verbo compuesto sunballein, «reunir».
Antiguamente, se llamada sumbol, o documento de hospitalidad, al anillo o a cualquier otro signo partido en dos que, conservado por dos familias, probaba la hospitalidad que se concedía al invitado. Así era como se marcaba el documento que los jueces de Atenas recibían a la entrada del tribunal y que les permitía recibir lo que se les debía (algo así como la actual «ficha de asistencia» de los políticos); se trataba también de una alianza matrimonial y de lo que se dejaba en depósito de garantía en las transacciones de venta. Es decir cuando se juntan las "partes", el todo se revela, el símbolo (como un rompecabezas) adquiere el significado real y profundo.
El hombre racional y el simbolismo
La relación del hombre con los símbolos se remonta a la Antigüedad y ya ha sido descrita en muchas ocasiones. En lo que a mí respecta, mi racionalismo experimenta a menudo un cierto malestar frente a las hipótesis lanzadas por algunas interpretaciones esotéricas. Por el hecho, sin duda, de mi sensibilidad de percepción limitada, me ha resultado difícil encontrar conexiones en donde no puedo comprobar las fuentes o los autores. ¿Cómo puedo creerme —me he preguntado muchas veces— que los símbolos vistos por los historiadores del arte en pintura o en escultura han sido intencionados por parte del artista? ¿Por qué debo ver en la estructura de una catedral gótica conexiones con la alquimia medieval? Es más, ¿cómo puedo estar seguro de que detrás de algunas obras está la mano de un maestro, depositario de secretos esotéricos revelados a una minoría y transmitidos bajo una forma determinada? Estas preguntas han perseguido siempre al hombre racional en su intento de divulgar las verdades de Hermes Trimegisto, por citar a alguien. Considerar el símbolo permite, simultáneamente, comprobar nuestra necesidad de tener en cuenta una armonía posible, un orden mas elevado, una especie de conexión paralela que sugiere el recorrido simbólico. De hecho, se trata de un lenguaje dentro del lenguaje, susceptible de contarnos una historia sin final en la que cada uno de nosotros intenta poner a prueba sus conocimientos o, al menos, su sed de conocimientos. Como decía el filósofo Plotino «en la vida, el azar no existe, sólo existen conexiones ordenadas», es decir, no se puede negar a priori que el más mínimo signo casual en el conjunto de la arquitectura forme parte del gran «discurso». En particular, las diferentes partes de la obra de un artista rompen el perímetro efímero de la estética y se convierten en un territorio donde los símbolos se persiguen y crean torbellinos, en el interior de los cuales el esoterismo se convierte en un lenguaje accesible a poca gente. «Pintores y poetas han tenido siempre el derecho de atreverse a cualquier cosa», comentaba el poeta latino Horacio; por lo tanto, no hay razones para que nuestra mirada crítica se estanque en las apariencias rechazando en una obra una función que va, sin duda alguna, más allá de su función primaria. ( Fuente: Las claves del simbolismo esotérico, Massimo Centini, 2017)
Sin embargo, la verdadera comprensión de los símbolos no puede prestarse a discusión. Ella profundiza el conocimiento, y no puede quedarse en teoría, porque intensifica los esfuerzos hacia resultados reales, hacia la unión del saber y del ser, es decir hacia el Gran Hacer. Según Gurdjieff, la suprema ilusión del hombre es su convicción de que puede “hacer”. Toda la gente piensa que “puede hacer”, toda la gente “quiere hacer”, y su primera pregunta se refiere siempre a "qué es lo que tiene que hacer". El conocimiento puro no se puede transmitir literalmente; pero si se expresa por símbolos, se encuentra cubierto como con un velo que, para los que desean verlo y saben cómo mirarlo, se vuelve transparente.
Para ser capaz de captar el contenido interior del lenguaje cuando se hace
simbólico, es pues esencial haber aprendido previamente a escuchar. Escuchar es una ciencia en si mismo.
simbólico, es pues esencial haber aprendido previamente a escuchar. Escuchar es una ciencia en si mismo.
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